
Es evidente que se trata de un mundo en gestación no más, todavía oculto por montañas de miedo, corrupciones, envidias, increíbles injusticias, mentiras, hambre, guerras salvajes, armas, odios, discriminaciones e incontables atropellos a la naturaleza. Pero, en ese mar de lodo, los soñadores y los profetas están tejiendo en sus entrañas el cuerpo y el alma de ese mundo que, tarde o temprano y con toda seguridad, va a terminar emergiendo a la luz.
Es en el lodo donde el loto echa sus raíces, y, sin embargo, su flor es de una deslumbrante pureza. Lo mismo sucede con el mundo de justicia y de bondad que también va creciendo en medio de nuestras lágrimas y sufrimientos, de nuestros fracasos y combates. No se debe dudar de eso. Él es como la primavera que se despierta suavemente bajo la tierra que aún tiembla de frío. Es como el bebé que empieza a patalear porque quiere salir del vientre de su madre.
Este país maravilloso está en todos nosotros. Estamos preñados de él. Va a nacer tan seguramente como nacen las flores de loto en el barro, como nacen los niños entre gritos de dolor, o como nace la primavera cuando el invierno muere. Lo que tenemos que hacer es creer, y ayudarlo a desarrollarse hasta que sea suficientemente fuerte como para vencer el lodo en nosotros y cubrir la tierra entera de flores y de vida nueva.
Un loto raramente crece solo. ¡Somos muchos![1]